miércoles, 2 de abril de 2008

Néstor Pompeyo Granja Juárez

Néstor, el centauro del río, hace honor a la etimología de su nombre, pues como si de una fusión encantadora se tratara, sus textos conjugan la fantasía y la realidad, aderezados con un excelente toque de humor negro.
Prolífico y sumamente creativo; le fascina el cine de terror.

Celebración

Ayer estabas tan contento
que sentí gusto por ti
-me agradas, después de todo-
saliste al mundo y nos saludaste.

No me lo tomes a mal
sólo creo que tienes bonita sonrisa
filtraste el sol por tus poros
estabas contento y bebías la vida.

“Que conserves tu brillo”
espeté, y nos despedíamos
cuando dijiste, murmurante:
“Si en tu camino encuentras
al ángel que me ilumina
pide me mantenga iridiscente”.

Un abrazo, mi promesa
y hasta luego, que estés bien
cuando al desandar mis pasos
uniendo casualidades
en mi camino encontré
al ángel que te ilumina
y escuchó mi petición.

Quizás hoy deba decirte
que su sonrisa también es bonita
y por cierto, te dejó un mensaje:
me pidió que te dijera que agoniza.


Néstor Pompeyo Granja Juárez
Noviembre, 2007


Reestructuraciones
(Cuando el tiempo es tan pequeño que se pierde en el bolsillo de un pantalón)

Anoche salí del trabajo y decidí caminar hasta mi casa. No había nadie en la calle, lo cual me pareció un poco extraño, pero seguí caminando. La blancura de la luna iluminaba la ciudad. De pronto me sorprendí al percatarme de la presencia de un hombre que caminaba delante de mi. A primera vista me pareció que su cabeza era demasiado grande pero no le di mucha importancia al asunto. Quise saber la hora y entonces recordé que el día anterior había perdido mi reloj. Decidí alcanzar al hombre-de-la-gran-cabeza, quizás él supiera qué hora era.

“Buenas noches”, dije, y él volteó. Enmudecí. El hombre no tenía cabeza humana: tenía una cabeza de caballo. “No tengas miedo, es perder el tiempo”, me dijo y luego desapareció.

El reloj estaba en el bolsillo izquierdo de mi pantalón.


Néstor Pompeyo Granja Juárez, Abril 2007

Un abrazo

Un abrazo siempre reconforta. Inyecta vida. Y Jessica era toda una artista dando abrazos. Era un talento natural, no adquirido. Y esa es precisamente la parte triste de la historia, porque Jessica no tenía nadie a quién abrazar. Estaba sola.

¿Qué haces cuando tienes mucho para dar pero no tienes a nadie que lo reciba? Jessica se lo preguntaba con frecuencia y fue de esta manera que se decidió a comprar el oso de peluche más grande que encontró en la tienda. Desde ese día, y durante los últimos diez años, el oso ha recibido cada noche los cálidos abrazos de la mejor y más ignorada abrazadora de todo el mundo.

Un abrazo siempre reconforta. Inyecta vida. Por eso esta mañana el oso despertó contento, ansioso por explorar un mundo que por primera vez se presentaba ante sus ojos. Y parecía tan bello. Se levantó con cautela y salió a la luz del día mientras Jessica yacía, inerte, sobre la cama. Su morena piel parecía de peluche...


Néstor Pompeyo Granja Juárez
Diciembre, 2007

No hay comentarios: